Originalmente publicado por La Rioja (periódico).
Juan Cigarría, Secretario de Organización del PCE La Rioja
Guernica, Varsovia, Gaza, nombres que gritan desde las ruinas, trincheras de la dignidad contra la barbarie moderna. En 1948, la Asamblea General de la ONU reconoció el derecho del pueblo palestino a su territorio y a su autodeterminación y desde entonces, ese derecho ha sido pisoteado una y otra vez por el sionismo, con el apoyo incondicional de Estados Unidos y la complicidad criminal de Europa. A lo largo de décadas, la ONU ha aprobado decenas de resoluciones que instan a Israel a respetar el derecho internacional. La resolución 194 establece el derecho de retorno de los refugiados palestinos. La 242 exige la retirada israelí de los territorios ocupados en 1967. La 2334 condena los asentamientos ilegales en Cisjordania. Todas han sido ignoradas con impunidad por la mal llamada «comunidad internacional», que solo defiende los intereses del capital frente a los derechos de los pueblos.
Hoy, en Gaza, para vergüenza de la humanidad, ese pisoteo se ha convertido en un genocidio televisado, en una masacre sistemática de niños, mujeres, civiles, periodistas, médicos. Y el mundo mira hacia otro lado. En los últimos 19 meses, más de 16.000 niños y niñas muertos y más de 34.000 niñas y niños heridos (Unicef). Un genocidio sin parangón en la historia de la humanidad. Y las imágenes que siguen llegando desde Gaza en este 2025 nos recuerdan, con una brutalidad insoportable, los guetos de la Europa ocupada por el nazismo o las fosas comunes del franquismo aún hoy ignoradas y ocultadas por el Estado español. Casas arrasadas, familias enteras exterminadas, barrios enteros convertidos en escombros. Como entonces, se encierra a un pueblo entero entre muros, se le niega el agua, la comida, la electricidad, la posibilidad de huir. Como entonces, se justifica todo con la lógica del exterminio preventivo, del castigo colectivo, del enemigo deshumanizado.
¿Dónde está la comunidad internacional? ¿Dónde están los gobiernos europeos que se llenan la boca con los derechos humanos cuando se trata de señalar a sus enemigos geopolíticos? ¿Dónde está esa superioridad moral europea cuando el pueblo que muere bajo las bombas no es blanco, ni cristiano, ni occidental? Europa ha abandonado a Palestina porque Palestina no encaja en sus esquemas. Porque condenar a Israel implicaría enfrentarse al poder de presión proisraelí que domina en Washington y Bruselas, al chantaje de EE UU, al negocio de las armas. Y España no es una excepción, al contrario: es un ejemplo paradigmático de hipocresía política. Mientras ministros y ministras se declaran «horrorizados» por las imágenes de Gaza, el Estado español mantiene relaciones comerciales y militares con Israel. Le compra armamento, tecnologías de guerra, se beneficia de su industria prohibida sobre cadáveres palestinos. La economía de guerra no se detiene por los derechos humanos. El negocio es el negocio. Y la muerte palestina no cotiza al alza. Pero tampoco se trata solo del gobierno empresarial como Indra, GMV o el Banco Santander tienen vínculos con el aparato militar y tecnológico israelí. Una parte del capital español se enriquece mientras Gaza arde.
La sociedad española, que también sufrió crímenes incontestables durante las décadas liberales europeas miraban hacia otro lado durante más de cincuenta años, no puede hoy quedarse impasible. Nuestra memoria histórica nos obliga a estar del lado de los pueblos oprimidos, a no repetir con nuestro silencio lo que otros hicieron con el suyo. Resulta insoportable que un gobierno que se dice progresista, que presume de feminismo y derechos sociales, continúe sin romper relaciones diplomáticas, comerciales y militares con un Estado genocida. Resulta doblemente insoportable que lo haga con ministros y ministras que se dicen de izquierdas. ¿Qué izquierda es esa que tolera un genocidio? ¿Qué izquierda es esa que no se atreve a plantar cara al poder por miedo a perder un sillón?
Decimos que somos internacionalistas. Decimos que somos herederos del antifascismo. Pero hoy, ser coherentes con esas palabras significa una sola cosa: romper relaciones con Israel de inmediato. Si el gobierno no está dispuesto, entonces los y las comunistas no podemos seguir formando parte de él. Porque no todo vale. Porque nuestros principios no pueden venderse al mejor postor ni diluirse en las dinámicas del poder.
¡Basta ya! Basta de mirar hacia otro lado, basta de justificar lo injustificable, basta de vivir en la contradicción permanente. El pueblo palestino no necesita palabras: necesita solidaridad real, necesita boicot, necesita rupturas diplomáticas, necesita que quienes aún tenemos dignidad política demandemos un paso al frente.
Porque Gaza no es solo una herida abierta: es el espejo en el que se refleja la verdadera cara del mundo que habitamos. Hoy, cada gobierno que calla, cada medio que manipula, cada partido que titubea, cada militante que se acomoda, está formando partido. Y no hay término medio: o estamos con quienes resisten bajo las bombas o estamos con quienes las lanzan. O estamos con la vida, la dignidad y la justicia, o estamos con el crimen, la cobardía y la mentira. Palestina no necesita condolencias: necesita ruptura, boicot, sabotaje. Necesita que quienes decidimos luchar por la justicia estemos dispuestos a perder privilegios, puestos y votos. Porque quien no está dispuesto a arriesgarlo todo frente a un genocidio, no vale nada. Y una izquierda que prefiere un asiento en el Consejo de Ministros antes que enfrentarse al crimen, no es izquierda: es la mano zurda del sistema.
O estamos con Palestina o estamos con el genocidio. No hay neutralidad en la barbarie.